Qué librazo.
De esos que ponen palabras a cosas que quería expresar.
La posición del misionero, de Christopher Hitchens, sobre la madre Teresa de Calcuta.
Otro personaje límite de esos que me fascinan por lo que me enseñan sobre los extremos.
La primera vez, lo leí en diagonal y pensé:
“Vale, otro mito que se cae. Otra figura endiosada a base de narrativas simplistas que nos interesa creer”.
Y lo dejé estar.
Pero, hace poco, a mi hija le apeteció jugar con el libro y ofrecérmelo.
Y no lo quise volver a guardar.
Esta vez, con ojos nuevos y momento diferente, encontré otras cosas:
La historia de la bondadosa madre Teresa de Calcuta.
Una historia que superó un umbral de aceptación colectiva y se integró en la narrativa socialmente predominante.
Premio Nobel de la paz.
Convertida en símbolo universal de la bondad.
Y es justo ahí, cuando la narrativa se convierte en moral, cuando se tuerce la cosa.
Se crea el sistema de bucle cerrado que se autoprotege.
La Santa Madre Teresa de Calcuta (con mayúsculas).
Usada conscientemente por unos cuantos déspotas, políticos y timadores para limpiar su imagen.
Usada —semi o inconscientemente— por una muchedumbre “bienintencionada” para expiar su culpa a través de donaciones y/o sostener la idea de que existe un camino inequívoco hacia la bondad, que la pureza, la fe o la obediencia pueden reemplazar la consciencia.
Defendida por una masa crédula que mide su propia bondad a través de los valores nacidos de esa idealización.
Para ese momento, ya hay demasiado en juego.
La narrativa se convierte en incuestionable.
El dolor de perder lo que aporta es mayor que lo que cuesta mantener la mentira.
Por suerte, la naturaleza tiene mecanismos de compensación.
Leyendo a Hitchens veo que su sesgo e intuyo su agenda personal.
Pero hay algo que nadie puede negarle: trata de ser riguroso, tiene hambre de cuestionar dogmas y los cisnes negros que encuentra nos permiten decir que no todos son blancos.
Y eso, sí que va a misa XD.
Cuando termina, el símbolo de la bondad queda, como poco, como una caricatura simplista de algo mucho más complejo.
Y en el peor —y no poco probable— caso, como una fundamentalista religiosa dispuesta a tratar con la mayor calaña e instrumentalizar a los más necesitados con tal de cumplir su agenda de expandir su dogma enmascarado como espiritualidad.
Y aunque hable de Hitchens y de Teresa, en realidad, nada de lo que digo va de ellos.
Va de símbolos y dinámicas.
De cómo funcionamos todos nosotros.
La primera lectura me ayudó a revisar a quién ponía yo en un pedestal.
Esta segunda, a entender cómo las narrativas aceptadas se transforman en moralidad.
Cómo la moralidad protege esas narrativas.
Y cómo ese bucle acaba moldeando nuestras decisiones, creencias y comportamientos.
Cada vez confío menos en narrativas lineales.
Cada vez confío menos en moralidades que no nazcan de la conexión con uno mismo.
Cada vez confío menos en aquellos que no estén dispuestos a parecer malvados o tontos en ojos de los demás.
Y que conste que, ni lo juzgo, ni estoy exento de ello.
Es un sencillo recordatorio de por donde no es el camino.
Un abrazo.
Urtats