Él me abrió las puertas a un nuevo mundo:
al mundo que hay al otro lado de la patológica necesidad de control y certeza en una vida inherentemente incontrolable e incierta.
Y lo hizo ayudándome a romper con una idea tan tentadora como limitada:
la idea de que todo puede entenderse reduciéndolo a sus partes más pequeñas.
Una idea culturalmente muy arraigada,
amplificada por mi educación en ingeniería,
que me impedía ver lo que siempre había estado ahí: difuso, apartado, aislado.
Algo familiar,
de esas cosas que se sienten obvias una vez vistas,
pero que no pude integrar completamente hasta que encontré una manera de formularlo.
El click ocurrió cuando entendí la diferencia entre un sistema complicado y un sistema complejo.
Inmediatamente, me generó una mezcla de emociones y sensaciones que solo he vuelto a experimentar en momentos previos a una gran transformación:
el miedo a soltar aquello que me ha sostenido,
una gran sorpresa por la inmediata expansión de mi mapa mental del mundo,
y, sobre todo, un profundo entusiasmo por nueva tierra fértil esperando a ser explorada.
Por eso, por su potencial transformador, quiero compartírtelo.
El ejemplo más gráfico con el que me he encontrado hasta ahora es el siguiente:
Un coche tiene muchas partes.
Se pueden diseñar independientemente,
fabricarlas,
montarlas cual puzle,
y tener un coche.
Una máquina excepcional construida a partir de la suma de sus partes.
Un sistema complicado.
En cambio, hay otro tipo de sistemas.
Orgánicos. No tan mecánicos.
Representados aquí por una bandada de pájaros.
Cada pájaro se mueve siguiendo unas pocas reglas en relación con el resto y el entorno.
Y, sin embargo, el movimiento colectivo que emerge no puede ser predicho a partir de la suma de las partes.
Un sistema complejo.
La emergencia es su propiedad distintiva:
patrones que surgen de la interacción local,
imposibles de anticipar desde el análisis aislado.
Y con ella, la incertidumbre como compañera inevitable.
La observación y adaptación como única estrategia viable.
El cuerpo humano, la economía, las culturas… todas se comportan así.
Y, sin embargo, tantas veces son tratadas como sistemas puramente complicados.
Con desastrosas consecuencias.
Y oportunidades perdidas por intentar encajarlas en lo que no son.
Cuando empecé a ver el mundo a través de estos nuevos ojos…
La rigidez del racionalista analítico en mí murió.
La manera de ver mi cuerpo cambió.
El atleta que obedecía cual soldado dejó de existir.
El ingeniero sobreoptimizador tomó perspectiva y se relajó.
Así, se creó el espacio para que emergiese (guiño-guiño):
Un entrenador que no planificaba las temporadas con falso rigor y detalle.
Un científico que respetaba profundamente lo desconocido.
Un emprendedor que cambio su paradigma para tomar decisiones.
En definitiva, una persona que empezó a darle a la observación, la escucha y la capacidad de adaptación la importancia que se merecen.
Y a cultivar su cuerpo y vida de manera más integral.
Espero que te guste.
P.D.: Estoy eternamente agradecido a aquellos que me introdujeron el concepto por primera vez, entre los que recuerdo especialmente a Mladen Jovanovic y Nassim Taleb.