El otro día la cagué.
Estoy haciendo limpieza en casa.
Una de las grandes.
Cuando acabe, me habré quedado solo lo que sea un “sí” claro.
Pero, me he precipitado.
Las ganas de quedarme solo con lo esencial llevan un tiempo.
Pero ahora se mezcla con una urgencia de quitarme de encima lo que sobra.
Vestigios de una vida pasada.
De dinámicas en las que ya no quiero participar.
Materializada en las cosas que decidí guardar y usar.
Cosas que me pesan,
y me activan un mecanismo de supervivencia que me han ayudado en el pasado:
tirar.
Tirar a la basura y tirar para adelante.
Mecanismo que puede hacerme tirar cosas de más.
O mejor dicho, hacerme tirar cosas sin procesar bien el apego a ellas y a lo que han significado.
Como también me ha ocurrido en este caso.
Me di cuenta con un móvil viejo.
El anterior del anterior.
Fui a tirarlo al contenedor de reciclaje y sentí una incomodidad rara.
Creí que era por la información privada que aún podía contener, así que le di unos golpes para romperlo.
Al hacerlo, algo descansó en mí…
pero la incomodidad creció.
Entonces lo entendí.
Ese móvil había vivido mucho conmigo. Palestina, Jordania, Israel, Vietnam, Nueva Zelanda…
Muchos años, muchas aventuras.
Aún recuerdo el hotel de Jerusalén donde se ganó esa cicatriz en la pantalla. La cicatriz prometida, le llamaba XD.
Tirarlo a reciclar sin más no era manera de despedirme de él.
Me paré.
Con las palmas abiertas hacia el cielo.
Ojos cerrados.
Dándome espacio a sentir esas emociones difíciles de sostener.
“Gracias”, repetía internamente.
“Gracias…” mientras sentía algo sollozando dentro de mí, moviéndose de las vísceras al pecho.
Con una sonrisa que se me escapaba entre dientes, pensando sobre lo que imaginarían los paseantes al ver este barbudo en postura de rezo musulmán.
Aún hoy, mientras escribo esto, sigo conectando con esa emoción.
Línea a línea, me ayudan a soltar.
Es esta una práctica que me lleva a sentirme cada vez más agradecido con la vida.
Ojo, no hablo de pensar en estar agradecido.
Esto lo he hecho toda la vida.
Comparándome con quienes, sobre el papel, parecían menos afortunados.
Una racionalización que a veces me ayudó a tomar perspectiva y salirme de mi ensimismamiento.
Pero que, la mayoría de las veces, ha funcionado como mecanismo de autocastigo.
Reprimiendo emociones que juzgaba exageradas.
Perpetuado en bucle por la culpa por sentirlas.
No, no hablo de esta gratitud forzada de arriba a abajo.
Hablo de otra.
De la que aparece cuando dejo de juzgar mis emociones y me doy permiso a sentirlas.
Una gratitud que solo he podido ver —y cultivar con mi atención— después de vaciar todo lo demás.
Una gratitud que nace de dentro hacia fuera.
Un cambio de paradigma.
Que cambia cómo me relaciono con todo lo que me rodea:
Un estado que me permite observar de manera integral lo qué me aporta en mi vida y lo que no.
Que me permite despedirme bien de aquello cuyo momento pasó.
Y apreciar la abundancia que ya existe en mi vida.
Espérate… que a este ritmo me salgo de la rueda de hámster a base de gratitud. Ja, ja, ja.
Gracias sentidas (guiño guiño) por leerme.
Un abrazo
Urtats