El taladro de la alegría.
El gozo de comprar alineado.
Quién me lo iba a decir…
Antes no era así:
una ratilla ahorradora,
con una sensación de un puño estrujándome el pecho.
Ahora, cada vez me gusta más.
Y no está separado de que estoy más conectado conmigo mismo,
ni de tener una mejor relación con el dinero (ahora somos amigos XD).
Antes había ansiedad al ver bajar la cuenta del banco.
Miedo a no tener dinero.
La razón me decía que era algo serio, que el dinero es escaso, que cuesta mucho ganarlo…
y tomaba mis decisiones con el pecho cerrado, una bola en la boca del estómago y el entrecejo apretado.
La sensación de ratilla.
La misma sensación con la que todas las semanas ahorraba 20 € de paga, no gastaba ni un chicle y lo usaba todo para hacer un viaje al año que mi razón deseaba.
Sensación que perduraba en el viaje tratando de encajar en el presupuesto.
Dinero convertido en ansiedad.
Una ansiedad que no sé dónde aprendí,
pero que ha estado conmigo desde hace mucho.
Tapada bajo el razonamiento desde el que funcionaba.
Razonamiento que elegía lo que sí tenía sentido comprar,
lo que iba a ser “aprovechado”.
Y no es que ahora no razone ni analice.
Me he comprado un taladro y —aparte de la idoneidad de sus especificaciones— he analizado el modelo técnico y el modelo de negocio de la empresa que los fabrica XD.
Ya viene el clásico comentario: “¿Para qué le das tantas vueltas?”.
La pregunta adecuada no es para qué, es desde dónde.
A diferencia de antes,
no es desde un intento de optimizar el dinero —al menos no desde la optimización puramente analítica—,
ni tampoco desde esa sensación de escasez, de acaparador, de ratilla…
Es desde el gustazo de saber dónde estoy poniendo mi energía.
Un taladro de menos de 200 € que me ha tenido dos semanas de espera, repitiéndole a mi mujer: “¡Qué contento estoy con mi taladro!”.
Un taladro que me ha ayudado a aprender un poco más, cómo funcionan las empresas, sus estrategias, el mundo…
Profundo gozo.
El proceso es algo así:
Dejo que mi curiosidad me guíe,
recopilo información hasta que empiezo a notar resistencia a seguir haciéndolo.
Hasta estar lleno, satisfecho (bapo bapo).
Si, una vez hecho esto, siento la ansiedad de ratilla apretándome el pecho, no acciono.
Siento la ratilla.
La saboreo.
Le doy su espacio.
Y, antes o después, se va.
Como si se sintiera escuchada.
Integrada.
Entonces, desde la claridad del vacío emocional (al igual que en la gratitud),
puedo accionar.
Y si mi análisis —por muy exhaustivo que sea— no es suficiente para hacerme sentir un “sí” claro…
es que algo falta.
No acciono.
Y veo si, de nuevo, se me enciende la curiosidad.
Así, creo que compro menos cosas.
Sin duda, las que compro me hacen más feliz.
Y me siento mucho más agradecido de todo lo que tengo.
Si creéis que es fácil hacerlo con un taladro de 200 €,
puede ser…
pero no es diferente a cómo me compré el coche (aunque mi técnica ha mejorado desde entonces).
Y ahora, ver bajar la cuenta bancaria pocas veces no duele.
Hay días que hasta he sentido gusto.
Toda mi energía alineada.
Y la claridad —que no puedo demostrar— de que, por este camino, llegaré a donde quiero llegar.
Si es que no he llegado ya.
Os deseo gozosas compras.
Urtats


