El jefe del departamento era un incompetente inseguro.
Inseguridad que compensaba con un ego de pecho inflado, sabelotodismo y control enfermizo sobre sus subordinados.
Así, no era de extrañar que muchos de los trabajadores se veían grises: más preocupados por cumplir que por mejorar.
Los procesos, estancados.
Dedicaban horas a tareas que podrían ser automatizadas y ejecutadas con un clic.
En otro momento habría pensado: “qué mierda de empresa”.
Y este es el ejemplo perfecto de por qué pensar eso sería un error.
Ese mismo año, esa empresa consiguió los mejores resultados económicos de su historia.
¿Se te ocurre cómo?
Si solo nos fijásemos en el estilo de liderazgo y las maneras de hacer de ese departamento, podría parecer imposible. Pero, los resultados contaban otra historia.
La verdad, no tengo detalles sobre por qué los números fueron tan buenos, a pesar del bajo rendimiento de este departamento.
Lo que sí entiendo es que hay múltiples razones por la que una suboptimización local puede contribuir (o al menos no estorbar) a un sistema que funciona.
Tal vez lo que ofrecía el departamento era más que suficiente en el conjunto.
Tal vez la empresa estaba tan bien posicionada que podía permitirse grandes ineficiencias.
Tal vez era más óptimo tener a un incompetente que cumplía, que reformar un departamento que no era el cuello de botella.
Tal vez, como tantas otras veces, conseguían buenos resultados a pesar del personajillo este.
Tal vez un poco de todo.
Sea como sea, lo que hoy vengo a decir es simple:
No todo lo mediocre es un problema.
A veces, es justo lo que permite dedicar nuestras energías a lo que sí importa.