Le estoy eternamente agradecido.
Por romper creencias.
Matar al personajillo.
Desenmascarar expectativas irreales.
Finiquitar apegos destructivos.
Me ha hecho libre, ligero y lleno de energía.
Eh, no ha sido fácil. Ni ausente de dolor y sufrimiento.
En forma de lesiones.
De tobillos rotos.
De pelo caído.
Ronchas en la piel.
Sufrimiento que necesité experimentar hasta el fondo, hasta el agotamiento y hartazgo, hasta que se hizo más grande que la fuerza con la que me aferraba a lo que necesitaba soltar:
La autovalidación a través de éxitos deportivos.
La manera de atropellarme con mi propio entusiasmo.
Un proyecto donde había apegado el alma.
Tres de los momentos más dolorosos de mi vida, y a los que estoy profundamente agradecido.
Hace unas semanas ha caído otro gordo, una relación agotadora con el dinero, que merece ser descrita en otro(s) post aparte. La verdad, no tengo muy claro cómo ocurre. Y creo que en realidad tampoco importa entenderlo a nivel racional. A veces simplemente necesitamos sufrir más, para aclarar nuestras prioridades, entender nuestras apetencias, la sabiduría de las cosas que no nos pesan hacer o simplemente para que nos dé el empujoncito final a accionar lo que hace tiempo que sabíamos.
Lo que sé, es que esta semana escribí y dejé encima de mi escritorio la palabra CONSCIENCIA y es esto lo que os comparto hoy.
P.D.: Con esta nueva liberación, ha venido la decisión de dejar de trabajar en la universidad. Apostando por esto, por escribir, compartir y acompañar a personas con lo aprendido en mi trabajo, hobbies y vida.