¡Que locura!
No sé si alguna vez había sentido esto.
Si lo había sentido, no lo recuerdo.
Desde hace muchos años me duelen los pies. Los tengo agarrotados; la tensión sube por los gemelos y se irradia hacia arriba, llegando hasta la boca y el cráneo.
Cuánto de esto cambiará definitivamente, no lo sé. Si mi cuerpo encontrará otro punto de equilibrio, tampoco.
Lo que sí sé es que, después de 10 años de haberme lesionado los tobillos, después de decenas de ejercicios, terapeutas y trucos, esta semana he sentido un placer y descanso en mi sistema pie-sóleo-gemelo que no había sentido nunca.
Lo venía intuyendo desde hace tiempo.
Hace mucho que disfruto de andar descalzo y que busco activamente ir a la playa o a la naturaleza.
Pero hace un mes, gracias a una mezcla de casualidad y estar presente, se dieron las condiciones para que me diese cuenta de cuán importante podía ser algo que antes consideraba un simple matiz.
Al bajar con mi hija por las mañanas a un parque infantil y descalzarme en un suelo de goma particularmente “pinchudo”, noté que pies, gemelos y tibiales perdían ese hipertono que había dado por normal durante años. Gozaba de la relajación incluso al volver a casa y pisar las baldosas, que antes me endurecían los pies y me obligaban a tomar descansos.
Mi cuerpo lo entendió antes que mi razón. Me despertaba con ganas de ir al parque con mi hija. Disfrutaba doblemente: de jugar con ella y de hacerlo sin que mi sistema estuviese en alerta y tensión constante.
La semana pasada, les di la vuelta a unas zapatillas con suela de pinchos que tenía, intentando imitar lo que el suelo del parque me ofrecía. Y al ponérmelos, de nuevo, mis pies se relajaron al instante.
Llevo un par de semanas utilizándolas en casa y puedo sentir que mi sistema nervioso se reconfigura. Noto cómo la musculatura se suelta, cómo partes de mi cuerpo vibran y se destensan. Por primera vez, siento placer al andar: una ligereza en los pies que me llevó a decir, sorprendido: “¡si son como manos!”.
Además, el efecto se acumula. Hoy me he despertado sin tener los pies como una roca. Incluso han empezado a estar calentitos, algo que siempre me ha preocupado y que también ocurre en otros familiares con tendencias nerviosas parecidas.
Todo esto viene de muy atrás y mezcla muchas cosas: las particularidades genéticas de mi sistema nervioso, la cultura de “aguantar” en la que fui criado y los mecanismos de protección que desarrollé —y somaticé— para sobrevivir en un entorno hostil.
Recuerdo que, con 20 años, cuando empecé a hacer atletismo y pesas específicas, me mareaba y se me revolvía el estómago al trabajar gemelos. Nunca lo entendí y nadie me supo explicar por qué. Lo más que obtuve fue la opinión de un posturólogo: “parece algo nervioso”.
A eso se sumaron 7 años de atletismo especializado en 100 m y 200 m. Cinco o seis días a la semana de series, pliométricos y pesas, realizados sin mucha consciencia, sin un entrenador con una visión amplia que me acompañara y con un fuego interno que me hacía entrenar más y más, ignorando el dolor y las emociones desagradables.
Mi carrera competitiva terminó con dos fracturas por estrés en los maléolos, que hacían que mi cuerpo automáticamente retirase el apoyo al golpear la pista.
Tardé dos años en descubrir la lesión y, en 2018, empecé un proceso de reconfiguración y autoconocimiento, forzado por las circunstancias y por mi deseo de seguir practicando deporte sin dolor (o al menos con el mínimo posible).
Estoy convencido de que todo lo que he hecho hasta ahora —el trabajo para recuperar y mejorar mi funcionalidad, y el trabajo de autoconciencia— ha hecho posible que hoy llegue a este punto:
en el que unos “pinchitos” actúan como botón que desbloquea mi postura hacia otro equilibrio, y
en el que soy capaz de identificarlo como relevante y darle una solución.
La magia no está (solo) en las zapatillas. Nada está separado del proceso que me ha traído aquí.
Pero también es cierto que unos calcetines caseros con suela de pinchitos han generado un efecto tal que ha empezado a desvanecer toda esa tensión acumulada casi al instante.
Acojonante.
Maravilloso.
Liberador.
Después de años de ejercicios como garras, mover los dedos de los pies, horas de movilizar el pie, foam roller, estiramientos en cadena, múltiples escuelas de entrenamiento de fuerza, trabajo postural, de oclusión, respiración, vista, lengua…
La puntilla la han dado unas zapatillas caseras.
Esto habla mucho del papel de nuestro sistema sensorial en el movimiento, algo a lo que —como es obvio— hasta ahora no le había dado la importancia que merece.
Y también de que, a veces, si damos en la tecla, las intervenciones sutiles tienen un efecto no lineal y sorprendente en nuestro cuerpo.
Sea como sea, para mí se abre otro campo apasionante que seguiré explorando, y una mejora sustancial en mi vida.
Y a vosotros os deseo que encontréis vuestras zapatillas particulares.
Abrazo,
Urtats
maravilloso descubrimiento :)