Suelo encontrar muy interesantes a los personajes límite.
Personas que encarnan filosofías extremas y las viven hasta el final.
Ejemplos de estudio (n=1) que me muestran hasta donde se pueden estirar ciertos argumentos.
Y, en más de una ocasión, me ayudan a desentrañar principios, criterios o conceptos que luego me resultan valiosos para entender el mundo y tomar mejores decisiones.
Robert Kiyosaki —el autor de Padre rico, padre pobre— es uno de ellos.
Un hombre con una filosofía de vida centrada en el dinero, que juega con las reglas del juego financiero estadounidense hasta el final, para provecho propio.
Entre otras cosas, propone una definición interesante de activo: todo aquello que pone dinero en el bolsillo de uno.
A diferencia de la definición tradicional de activo —un recurso económico controlado por una entidad que se espera genere beneficios futuros— él solo se fija en lo que genera un flujo directo de dinero.
Así, según su visión, la casa en la que vivo y el coche que uso no son activos porque sacan dinero de mi bolsillo por el mantenimiento que requieren. En cambio, una casa en propiedad que alquilo, acciones de empresas que me dan dividendos, royalties de un libro que he escrito… sí lo serían.
Su método de hacer dinero es acumular este tipo de activos hasta que, por si solos, puedan generarle la cantidad de dinero que desea.
Claro, esta es una representación muy parcial, quizás útil para vender libros, pero que no muestra efectos de segundo y tercer orden.
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